Revista Cultura y Ocio

Lecturas encadenadas. Abril.

Publicado el 13 mayo 2024 por Molinos @molinos1282
Lecturas encadenadas. Abril.

Han pasado solo un par de semanas de mayo y el mes de abril parece ya otra época. ¿Qué hice en abril? Esperar el puente de mayo y poco más. Para mí abril es un mes de transición, es cuando comienza la rampa de despegue; cojo impulso en abril para, con esa inercia, sobrevivir al mes que más odio, mayo, y que peor me sienta; y saltar a junio, a mi veraneo en el que poco a poco todo se va asentando en la rutina del verano. Abril para mí es, además, un mes de reclusión. Con el cambio de hora los días se alargan innecesariamente, la gente sale a la calle y yo lo que quiero es refugiarme en casa, estar a salvo. Lo único bueno es que al salir de trabajar puedo volver a casa en bici. Eso y que, como me recluyo, leo mucho. 


La primera lectura del mes fue Madrid, otoño, sábado, de Josefina Aldecoa. Lo encontré en una librería de segunda mano otro de esos días en los que entro y pienso: «solo echar un vistazo, no compro nada». No había leído nada de Aldecoa y lo elegí por el título. No leí la contraportada y cuando lo empecé descubrí que en este volumen se recogían dos pequeños libros: A ninguna parte (escrito en 1961) y Fiebre (2001) y los relatos breves Cuento para Susana (1988) y El Mejor (1998). Pongo las fechas porque son importantes en este caso. Cada cuento refleja una época, no solo en la vida de Josefina sino también en la de nuestro país. Mientras que los primeros están teñidos de nostalgia por una época que borró la Guerra Civil y por una época en la que la vida se regía por las estaciones, las costumbres, el qué dirán y el poder de los hombres, los últimos están llenos de mujeres que se plantean, que tienen dudas sobre sus vidas y tratan de arreglarlas, sobre todo de no conformarse, de hacer cosas. En los primeros cuentos están las niñas que soñaban con unas vidas que, cuando alcanzan, se dan cuenta que no quieren, que no les llenan. 


«Marcela la escuchaba embargada por una inmensa congoja. No podía decirle que al final de todas las elecciones se agazapaba algún error. No quería confesarle que ella también se había equivocado y no soportaba la paz de la isla, la soledad de la isla, el perfecto vacío de la isla. Que ella añoraba la ciudad, la prisa y la lucha y el cansancio y la rebeldía y la protesta y los fugaces contactos que a veces desgarran la niebla que nos rodea. Tenía que esperar otro momento, otro viaje, otro encuentro, para confesar a Blanca que ella había aceptado los sueños de Víctor. Y se había equivocado. Tenía que esperar porque era suficiente un naufragio en un día. Tenía que esperar un poco más para escapar, ella también, de su espejismo». 


Este extracto es de un cuento en el que una hija va a visitar a sus padres en su retiro isleño, donde están pasando su jubilación. Va con su marido a contarles que se van a separar y al mismo tiempo admira la relación de sus padres, su amor, lo bien que están juntos. Ese extracto es lo que piensa la madre. Nunca conocemos el amor de nuestros padres, con respecto a él mantenemos siempre una actitud de niños que creen en los Reyes Magos. (Por supuesto, hay casos y casos) 


«Qué vida, Madrid. Siempre deprisa. Siempre cansados cuando estamos juntos. Siempre separados mientras nos cansamos. El trabajo, el niño, el colegio. El regreso, la compra, el teléfono, la angustia. No llego. El malhumor: no puedo más».


Los cuentos de la segunda parte, escritos en 2001, tienen a esas mismas niñas considerando lo inocentes e ingenuas que habían sido y cómo se habían engañado a sí mismas. Un viaje que todos, en algún punto de nuestras vidas, hacemos. Iba a escribir que son cuentos tristes pero creo que eso no es totalmente cierto: están teñidos de nostalgia los primeros y de ese silencio que cubre muchas de nuestras vidas, alrededor de lo que no se quiere nombrar a pesar de que todo el mundo sepa que está ahí, sentado a nuestra mesa: la decepción, la desilusión, el cansancio, la irrelevancia del quehacer diario, el despegarse de los seres queridos. 


«Cuando yo tenía tu edad, Susana, mi vida se parecía muy poco a la que tú vives ahora. Por eso creo que te gustará saber algunas historias que a mí me ocurrían y otras que yo me imaginaba que me ocurrían en aquella época». 


El cuento para su hija Susana, «con veinte años de retraso», contándole cómo era su vida de niña en el pueblo de León es precioso... y cuenta muy bien cuándo se le acabó la infancia, cuándo fue consciente de que todo lo que ella daba por hecho no volvería nunca. 


Aldecoa escribe con elegancia. Mientras leía no podía dejar de pensar que su escritura es como ver a una de esas personas que con su sola presencia calman, dan tranquilidad, pausan el tiempo y te muestran la delicadeza y los detalles. Me ha gustado mucho. 


Mi siguiente lectura fue el tebeo Corredores aéreos, de Étienne Davodeau, Christophe Hermenier y Joub. El perfecto cómic para un tío que cumpla 50 y empiece a revolcarse como un gorrino en la crisis de la mediana edad. Es curioso como a esa edad a los hombres la vida les golpea con la realidad entre ceja y ceja y comprenden (algunos) que ya no son jóvenes, que no engañan a nadie y que ni siquiera pueden seguir engañándose a sí mismos sobre ello. Creo que las mujeres lo llevamos de otra manera. 


Lecturas encadenadas. Abril.

La historia que escriben al alimón los tres autores franceses está basada en hechos reales. Ellos son amigos desde su adolescencia y cuando eran veinteañeros fueron invitados a la fiesta de cincuenta cumpleaños de un tipo. Fueron porque había comida y bebida gratis y porque a esa edad uno nunca rechaza una juerga y les pareció que a los cincuenta la vida ya estaba terminada, que ellos nunca serían como aquella gente mayor. La vida pasa, los años van cayendo y de repente son ellos, en concreto uno el que se encuentra en los 50 completamente desubicado. Se replantea su vida, lo que ha hecho, lo que dejó de hacer, piensa en si le queda tiempo para aprovechar y se lamenta mucho porque no hay nada peor que un hombre con una crisis existencial. No quiero que pienses que el tebeo es triste porque no lo es, para nada, está cargado de la ironía de la vida a esta edad, y también de las tonterías que seguimos haciendo y pensando. Está ambientado en la montaña francesa en invierno y hay mucha nieve y un poco de soledad: las parejas se distancian, los hijos se independizan, el trabajo ya no te llena (si es que lo hizo alguna vez), los amigos están lejos... y a todo hay que acostumbrarse. 


Cuando hace un mes escribí sobre que iba a dejar de hacer listas y pasarme a encontrar las lecturas (y todo lo demás) según fuera apareciendo, ya había empezado a aplicar ese método. Escuché esta entrevista a Leila Guerriero y en ella recomendaba El ladrón de orquídeas, de Susan Orlean, con muchísimo entusiasmo diciendo «es una obra de no ficción que se lee con la pasión de una novela». No conocía de nada a Susan Orlean, no me interesan un pimiento las orquídeas y ni siquiera sabía que esta obra inspiró una película, pero algo en su pasión al hablar de él me empujó a buscarlo en Wallapop y comprarlo. 


Lecturas encadenadas. Abril.Me ha gustado muchísimo, he aprendido de orquídeas, de historia de Florida, de los indios seminolas, de coleccionismo, de obsesiones y locuras y he sentido también mucha envidia por ser capaz de escribir así. Investigar hasta el último detalle, acopiar conocimiento e información y luego ser capaz de destilarlo de una manera amena, interesante y rigurosa. Las orquídeas siguen sin decirme nada pero me lo he pasado genial leyendo sobre ellas. También he aprendido un montón de datos inútiles que olvidaré pronto, pero ahora mismo puedo contarte que las orquídeas fantasma son muy apreciadas y que tienden sus raíces en torno a los troncos de los árboles, no tienen hojas y cuando brotan lo hacen con unas flores blancas que parecen fantasmas espatarrados. 


Repito que no sabía nada de orquídeas, y que me siguen dando bastante igual, pero he descubierto que son unos seres vivos fascinantes. Las veía ahí, en cualquier maceta, con sus flores que supuestamente tengo que apreciar y que a mí me parecen tirando a feas y encima no huelen y no podía imaginar lo increíbles que son. Por ejemplo, he aprendido que es muy difícil que una orquídea silvestre sea polinizada, y cuando digo muy difícil quiero decir que en un estudio que se hizo con 10.000 orquídeas durante 15 años ¡solo 23 fueron polinizadas! ¿Cómo sobreviven? Pues porque mientras que las demás especies de plantas producen 20 semillas, como mucho, las vainas de las orquídeas pueden contener millones y millones (sí, millones) de semillas diminutas, como motas de polvo. Cada vaina tiene semillas suficientes para una eternidad de macetas ínsulas.

Son además Las Inmortales de la Naturaleza. «Son unos de los pocos seres que hay en el mundo que pueden vivir eternamente. Las cultivadas que no mueren a manos de sus propietarios pueden sobrevivirles a ellos y a varias generaciones más». Esto añade aún más culpabilidad a cargarse una orquídea en casa porque te has olvidado de regalarla o la has regado de más. Cargarse un ser que, si no fuera por tu ineptitud, podría vivir para siempre es muchísima presión. He aprendido también que la primera orquídea que floreció en Gran Bretaña la llevó hasta allí, en 1731, un tal Peter Collison que la encontró no sé dónde. 100 años después, en el siglo XIX los británicos estaban completamente majaretas con ellas pero no sabían cuidarlas bien, de hecho se les morían todas. Tanto era así que el director del Real Jardín Botánico de Kew declaró en 1850 que Inglaterra era «la tumba de todas las orquídeas tropicales». A lo mejor te estás preguntando por qué se les daba tan mal y la razón, que también explica Orlean, es que construían unos invernaderos muy calurosos y las orquídeas morían recocidas. Esto cambió cuando John Paxton, que quizás te suene porque fue el  responsable del Crystal Palace de la Exhibición Mundial de Londres de 1851, se dio cuenta de esto y empezó a construir invernaderos con las condiciones adecuadas para las orquídeas. 


No te he contado que Susan Orlean se puso a escribir esta historia porque en 1994 leyó una breve noticia en un periódico de Florida sobre un juicio que se estaba celebrando contra un tal John Laroche y cuatro indios seminolas por el robo de orquídeas fantasmas en el parque natural de Fakahatchee. Le llamó la atención, fue al juicio, conoció a Laroche (que es un personajazo) y a partir de ahí se enredó en el mundo de las orquídeas, el coleccionismo, la historia de Florida y los recovecos legales del caso, aparte de conocer, además, a un montón de chalados de las orquídeas. 


«Por delante y por detrás de mí la carretera vacía y sobre mí el cielo sin una nube. La inmensidad del mundo me hacía sentirme profundamente sola. El mundo es tan enorme que la gente se pierde en él. Existen demasiadas ideas, personas y cosas, existen demasiadas direcciones a las que ir. Empezaba a creer que la importancia de apasionarse por algo radica en que la pasión reduce el mundo a unas dimensiones más manejables. Hace que el mundo no parezca tan enorme y vacío. Si yo hubiese sido un buscador de orquídeas, aquel espacio no me habría parecido un lugar vacío y desolador. Creo que lo hubiera visto cómo hectáreas y hectáreas de oportunidades esperando a que yo descubriese en ellas las cosas que amo». 


No me quiero alargar más pero repito que me lo he pasado genial con este libro que encontré así, por casualidad. 


La última lectura del mes ha sido Finisterre, de Mara Mahía. De Mara he leído todo lo que ha publicado y, además, tuvimos un encuentro maravilloso en Berlín, donde vive ella, hace un par de años. 


«Nunca hay un buen momento para que se muera tu padre». 


El padre de Mara, Andrés Mahía, murió el 12 de febrero de 2019 (el día que yo cumplía 46 años). Mara había vuelto de Berlín para estar con él y con su familia y escribe a partir de ese día la crónica de esos días posteriores a la muerte de un ser querido que son un viaje increíble en una montaña rusa de emociones imposible de imaginar hasta que estás ahí. No es una novela de luto, no es triste, no es amarga. Es dulce, tierna y tiene una ligereza llena de amor que hace que mientras estás recorriendo con ella los recuerdos de esos días y los recuerdos de su padre tengas siempre una sonrisa en la boca. Hay un recuerdo precioso de un día en que Mara, niña, quiso impresionar a su padre con una pirueta al borde de un acantilado sin saber, por supuesto, el peligro que corría. Su padre la cogió de una pierna en el último momento, mientras ella giraba boca abajo. Para ella fue un momento de felicidad suprema, sentirse sostenida, sujetada por su padre mientras ella hacía esa pirueta al tiempo que para Andrés debió ser un susto impresionante. Todos tenemos momentos así con nuestros seres queridos, ocasiones que en su día pudieron parecer nimias pero que quedan fijadas en el recuerdo. 


Mara además intercala una ¿ficción?, con Mara nunca se sabe, narrando historias de la niñez de su padre que él les había contado miles de veces. Hay que contar historias a tus hijos para que sepan quién eres, qué te gusta, qué te preocupa, quién eras antes de ser su padre o su madre. Lo que no les cuentes, no lo sabrán. 


«Cuando era niña, se me hacía imposible imaginar cómo era el mundo antes de que yo hubiera nacido. Me maravillaba que me contaran cómo había sido mi llegada a mi familia, en la que ya vivían mis dos hermanos mayores”.*Me gusta mucho como escribe Mara. Me gusta siempre pero aquí me ha chiflado. Su escritura es como su voz: saltarina, impaciente, curiosa, divertida. Hay muchísima risa en Finisterre

Lo recomiendo muchísimo. 


Me ha quedado largo pero es que ha sido un muy buen mes de lecturas. Lo recomiendo todo. No lo apuntes en una lista, vete a la biblioteca o compra lo que te haya llamado la atención ahora, ya. 


*Con esto recordé cuando mi hija Clara, siendo muy pequeña, me preguntó dónde estaba ella antes de nacer. Le dije que no existía y me dijo: «yo sí existía, estaría por ahí, haciendo mis cosas». 



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