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El deber de evitar una guerra en Corea Reflexiones de Fidel Castro

Mira, no sé que está pasando en Corea ni me interesa saberlo. El propio Fidel en su reflexión comienza hablando de la vida y del comienzo del Universo, para pasar rápidamente en forma vertiginosa a nuestra realidad inmediata. La “pequeña” realidad de un mundo inmaduro armado hasta los dientes con verdaderas armas de destrucción masiva, que podrían arrasar varias veces la superficie del planeta y acabar con toda la vida que ha costado de conseguir cuatro mil quinientos millones de años.
Cuando era yo creyente pensaba que era imposible que Dios permitiera que su obra fuera aniquilada. Era mi ingenuidad y la de muchos actualmente. Gente de buena voluntad atrapada en la cultura y las creencias. Si echamos un vistazo al Universo veremos enseguida lo insignificantes que somos. Ningún dios va a intervenir e impedir que este planeta se vaya al carajo. Nadie nos va a proteger. Todo depende de nosotros.

Seguro que es lo de siempre: Intereses y más intereses de la gente mezquina; gente sin humanidad a la que sólo le interesa su ego, su poder y su dinero… a costa del sufrimiento de las personas a los que no les importamos. Enfermos mentales los que lo generan y deficientes psíquicos quienes pragmáticamente colaboran con ellos. Corea del Norte y del Sur, Alemania del Este y del Oeste, Vietnam del Norte y del Sur, Cisjordania y Gaza… esto es lo que le legó la II Guerra Mundial a la Humanidad. Muros y paralelos nos separan. Divide y vencerás. No hubo otra forma de llegar a acuerdos que dividir a los pueblos. Territorio inflamable, familias divididas, sufrimiento humano. Y todo por los paranoicos que ganaron la guerra y quisieron imponer al nuevo orden su ideología.

Ha quedado suficientemente claro en estos casi setenta años del fin de la contienda, que este tipo de divisiones sólo generan conflicto, derramamiento de sangre y sufrimiento humano. Pero también genera sus beneficios. Se investiga con la propaganda, con el armamento, se llevan tensiones y guerras lejos de la metrópoli, se mueven millones y millones provenientes de nuestros bolsillos que por donde pasan van dejando reguero en manos corruptas.

Esos son nuestros dirigentes. Esa clase de gente es la que está “haciendo historia”, esa clase de historia. A esa gentuza es a la que estamos votando en lo que denominan “nuestras democracias”. Esas son las reglas de juego amañadas que nos hacen creer que “libremente” elegimos. Aún no nos hemos dado cuenta de que en una sociedad en la que el capital es quien manda, y que posee todos los resortes del poder incluidos los medios, en una sociedad así, nunca podremos ser libres para votar y elegir a otra clase de dirigentes. Es el mundo del dinero, no de las personas. Y no obstante les seguimos votando a ellos porque son ellos quienes nos manipulan y nos llevan a sus inconfesables intereses.
Aunque puedas pensar que nuestros dirigentes más cercanos no generan guerras, que eso es cosa de los grandes, es evidente que colaboramos. Desde el apoyo moral de nuestros gobiernos, pasando por el diplomático, el económico e incluso el militar, por muy humanitario que nos lo quiera pintar su propaganda, todo nos lleva a que pase lo que está pasando. Si cada vez que depositáramos un voto fuéramos conscientes de que en cierta forma estamos votando a esos locos y colaborando en que este mundo sea como es, puede que eso nos llevara a reflexionar si estamos de acuerdo con el mundo que surge de esa urna.
Fidel Castro pasó hace 50 años por esos límites de la guerra fría, y sufrió en primera persona una situación parecida. Fue víctima propiciatoria de los dos grandes poderes de la posguerra. Seguro que tuvo tiempo para reflexionar después y ver dónde se había metido; hasta dónde le habían llevado y lo que le podría haber pasado a su gente. Ahora, con el tiempo y la madurez que ésta da, reflexiona y alerta de lo que puede ocurrir. Es cierto como él dice, que allá en el extremo oriente vive mucha gente. Personas (seres humanos) que van a sufrir, a morir. Y todo por unos intereses, por unos egos; por unas ideologías que nos insuflan y que sólo les benefician a ellos.


Caña al pueblo durmiente que con su indolencia no es consciente de su complicidad.
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Joan-Llorenç [email protected]

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