Revista Comunicación

De mayor quiero ser mujer florero

Publicado el 02 abril 2012 por Mariannediaz

…y hablaré sin parar de mi día casero,
no me miras, no me escuchas, ¡ay, cuánto te quiero!
(Ella baila sola, Mujer florero)

Acabo de ver la película La dama de hierro, con Meryl Streep. Este post va sobre eso, y sobre cómo un día compraré una pistola eléctrica y me vengaré de los babosos de la calle. Si tienes opiniones fuertes contra el feminismo, quizás prefieras leer otra cosa, como la prensa o algo así.

Meryl Streep es mi ídolo, y creo que podríamos empezar por ahí. En La dama de hierro, se transforma en una Margaret Thatcher anciana, acosada por la demencia senil y por los fantasmas de una vida difícil, la vida de una mujer polémica que se convirtió a sí misma en líder de un partido y de un país, contra los paradigmas de su tiempo. Meryl Streep como Margaret Thatcher
Podemos pensar cualquier cosa acerca de las políticas que Thatcher implementó, pero hay que concederle que no se dejó vencer por las circunstancias. No era, desde luego, su intención ser un ícono feminista (y por otra parte, tomar como modelo a una mujer que ordenó la muerte de trescientos argentinos sin motivo alguno es por completo otra discusión), pero me parece un buen ejemplo sobre cómo una mujer con poder es odiada de modos completamente distintos a un hombre con poder. Gadafi puede ser recordado como un asesino, pero Thatcher es una “perra”. Cuando una mujer decide ponerse al frente de cualquier tipo de emprendimiento, deberá enfrentar cuestionamientos relacionados con su apariencia física, su manera de vestir, su vida sexual y sus habilidades domésticas.

Una de mis escenas favoritas es la del día en que Margaret, aún muy joven, asume su puesto como la única mujer en el parlamento, y al entrar al baño de damas encuentra un cuarto vacío donde sólo hay una silla y una mesa de planchar. Y quiero comenzar con esta imagen, porque es la que me lleva a -por fin, luego de un par de meses de pensarlo- llegar a casa y escribir este post.
Comienzo por decir que esa escena estática, el cuarto vacío y la mesa de planchar, no están tan superados como algunas personas parecen creer. Las mujeres nos seguimos enfrentando a esta clase de estereotipos cada día, estemos o no conscientes de ello. La misma Meryl Streep, que como ya dije, es mi ídolo, contó en un discurso de graduación en el Barnard College (que es una universidad para mujeres) en el 2010, cómo en su adolescencia creó un personaje para adaptarse a las expectativas de los demás, en lo que llamó “un ejercicio de sobrevivencia”:

Ajusté mi temperamento natural, que tiende a ser ligeramente mandón, un poco testarudo, ruidoso, un poco ruidoso, lleno de declaraciones y de ánimo optimista, y deliberadamente cultivé suavidad, amabilidad, un tipo de dulzura natural, vivaz, incluso cierta timidez si así lo desean, que era muy, muy efectivo en los chicos (…). Ya saben, una chica que se reía mucho de cada cosa estúpida que cada chico decía, y que bajaba la mirada en el momento correcto y defería, que aprendió a deferir cuando los chicos dominaban la conversación.

Función y valor

Una de las frases que más me molestan en el mundo (y he aprendido a bajar los ojos cuando la escucho, como Meryl, porque nadie entiende mi molestia) es esa cosa tan políticamente correcta de “ella es hermosa por dentro y por fuera”. Me molesta, realmente me molesta, que una mujer tenga esta obligación social de ser “bella por fuera”, como si una mujer fuera un cuadro o un florero. Los seres humanos, en general, no deberían llevar sobre sí el peso de cumplir con ciertas características externas consideradas representativas de la “belleza”, porque los seres humanos no son objetos y no tienen funciones decorativas. El personaje de Margaret Tatcher en la película de la que vengo hablando, dice en cierto momento que en su tiempo, lo importante era hacer algo, y que ahora lo importante es ser algo. Pues bien, hace tiempo que me temo que el mundo considera que las mujeres tenemos (por sí sola, o acompañada de otras) una función decorativa: ese “es tan bella por dentro como por fuera” pareciera implicar que el 50% de mi valor como ente en la sociedad viene dado por mi apariencia externa, por la forma de mi nariz o de mi boca. Una mujer “bella” cumple una cierta función, y en apariencia, es considerada de más valor que una mujer que sólo es “bella por dentro”. En consecuencia, una mujer que engorda, o que “no se sabe arreglar”, se considera que se sale de los parámetros que debe cumplir, y se espera -y se le hace saber que se espera- que haga los ajustes, sacrificios o cambios que sean necesarios para ajustarse de nuevo a estos parámetros: que adelgace, se maquille, se compre ropa nueva, se ponga implantes, se eche cremas o de una vez se haga una blefaroplastia con terapia de bótox y liposucción de cuerpo completo.
La única conclusión válida que consigo obtener de esto es que ser “bella” es considerado una función de la mujer, puesto que el valor de un objeto (objeto en el sentido cognoscitivo de la palabra) viene dado por el hecho de que cumpla correctamente su función: un martillo debe martillar, una nevera debe enfriar, un hombre debe ser productivo, una mujer, según parece, debe ser bella.
Desde hace dos años, habiendo cambiado de ámbito laboral a uno donde, aparentemente, se “valora” mucho la “belleza”, me encuentro todos los días con algún hombre a quien le parece propicio, en vez de escuchar lo que estoy diciendo y contestar de manera acorde, responder con un comentario sobre la belleza de mi boca o de mi pelo. ¿Qué carajo tiene que ver mi boca o mi pelo con la edición de libros? Pues yo no lo sé.
Conozco decenas de mujeres para quienes esto no es un problema; que, por el contrario, se sienten en posición de ventaja al poder manipular a los demás de esta manera: si tu interlocutor no te está escuchando porque te está viendo las tetas, es más fácil hacer que acepte cualquier cosa que digas. Sin embargo, yo creo que a una persona que se encuentra en cierta posición de dirección, o en general, a cualquier persona que quiera ser tomada en serio, le molestaría encontrarse en una circunstancia como esta. Tal como yo lo entiendo, la “función” de un ser humano no puede ser meramente estética: ni siquiera creo que una mascota deba tener una función estética (y me horrorizan los perros con lacitos en la cabeza). Si somos seres capaces de crear, sentir y pensar, nuestra función en el mundo debería ser la de aportar algo a éste o a las personas que nos rodean, algo único e irrepetible, algo trascendente.
Por supuesto, no quiero que se tomen esta larga queja como si yo no tuviera también una gaveta llena de maquillaje, como si no le dedicara tanto tiempo a mi pelo como a pensar en este post, en la fútil e inconquistable lucha por lucir como si pudiera ser la portada de Marie Claire: Natalie Portman en la portada de Marie Clairepor el contrario, todo esto viene precisamente de ese lugar, del rincón de mi cabeza moldeado por demasiados anuncios de Dior, donde dice que tengo, yo también, la función de ser delgada, hermosa, elegante y femenina; que calladita me veo más bonita, porque a los hombres no les gustan las mujeres contestonas; y que si no logro todo esto, habré fracasado como mujer.
La ratificación de mi teoría ocurre cada vez que algún tipo por la calle considera procedente acercarse a menos de dos centímetros de mi oído y decirme cualquier babosada asquerosa, quedándose tan tranquilo. ¿Qué le hace pensar que yo quiero escuchar eso, o que tiene derecho de irrespetar mi espacio personal de esa manera? Sencillo: que yo no soy una persona, sino un objeto, una cosa decorativa para disfrute de los demás. Ésta es la razón por la cual, algún día, me compraré una pistola eléctrica y le haré saber al siguiente baboso de la calle la función de ésta, que espero sepa cumplir correctamente.

Pueden ver el discurso de Meryl Streep en YouTube, o leer el texto completo en inglés. También pueden leer un poco sobre Margaret Thatcher en Wikipedia. Y si les gusta leer cómo me quejo, pueden suscribirse por RSS o por email, o seguirme en Twitter, donde hablo sobre libros, películas y series que me gustan, y me quejo en tiempo real.


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