Revista Cultura y Ocio

BROGRUND, el sueco con el que ahora me ducho

Por Jcbarona

BROGRUND, el sueco con el que ahora me duchoNo tiene sentido que deje pasar un día más sin demostrar el placer que me produce escribir y releer estos escritos míos.
¿Puede uno dejarse ir? Puede. ¿Debe hacerlo? Alguna vez. Pero mayor deber que ese es el de escuchar las propias entrañas y hacerles algún caso, incluso servirles de portavoz.
Da igual el tema del presente artículo, si puedo llamarlo así. No va a ser muy profundo, pero sí extremadamente práctico. Me he mudado recientemente de vivienda, con todos los cambios que eso comporta. Los cambios están bien, pero depende cuales. Cuando uno se traslada a otro lugar dicen que lo primero que hace es colgar sus cuadros y poner sus cosas allí para sentirse de nuevo en casa. Eso evidencia un apego algo contraproducente también. Al final uno mismo es la gran cosa que obrará el milagro de convertir en hogar hasta la más mísera cueva. Es de ahí de donde venimos. ¿Con qué construirán su hogar los miles de millones de seres humanos que no tienen recursos ni para subsistir? En fin, «¡dejarse de cosas tristes!», como dicen en la zarzuela.
Mira que soy perifrásico. Y qué más da. El caso es que aún siendo mono el «teléfono», la «alcachofa», o como quiera que se denomine el chisme por el que sale el agua de la ducha que me he encontrado en el apartamento, me pareció a mí que se podía mejorar. Razón por la cual acabo de comprar uno en la tienda de IKEA que ha incrementado el placer ya propio de una ducha en un 1000%. ¿Dónde vas, exagerao?, pues sí. Mira que no me habré duchado yo en sitios. Tiene cinco posiciones, la última de las cuales atomiza el agua que no te quieres salir. Voy a buscarlo en el catálogo para ponerlo aquí y que lo puedas comprar si quieres creerme.
Dos cosas quiero comentar a propósito de ello. Una ya mencionada por mí en el pasado, y es que vale la pena no conformarse del todo, incluso con las cosas que ya te gustan o satisfacen; la sana curiosidad casi siempre tiene premio. La segunda es que el atractivo de algunos objetos y experiencias pueda parecer la exclusividad en su disfrute. Díselo si no a los millonarios. No encuentro yo un plus en eso. Pero no me concedo mayor mérito en ser así, lo debo tener un poco de serie. No hay cosa que disfrute de veras que no quiera ir corriendo a compartir con las personas que quiero y hasta con las que no conozco de nada. Como es el caso. Esto al día de hoy no lo lee nadie, pero ojalá des con ello tú, quien quiera que seas, a tiempo de procurarte un grifo de ducha como este. No digas, «a mí me vale el que tengo», hay mejores bondades que la vida nos ofrece a poco que alarguemos la mano.

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