Revista Expatriados

Afghanistán. Los años soviéticos (2)

Por Tiburciosamsa

Tras el golpe, se instaló una República Democrática Popular, cuyo primer Presidente fue Mohammad Taraki, que quiso promover la reforma agraria y la plenitud de derechos para la mujer. Taraki era un iluminado que pretendía modernizar el país en 24 horas a golpe de decretos. El resultado es que se multiplicaron las revueltas populares. El 28 de marzo de 1979 Taraki tuvo que designar a Hafizullah Amin, mientras en el país se extendía la anarquía y Taraki dedicaba más tiempo a purgar a los oficiales simpatizantes con la facción parcham y a pelearse con Amin, su rival dentro de la facción Khalq.

En diciembre de 1978 Taraki visitó Moscú y pidió el envío de tropas soviéticas para apuntalar su régimen. Moscú trató la petición con pinzas. Era consciente de que Afghanistán era un avispero y que Taraki estaba empeorando las cosas con su insistencia en acelerar las reformas. Moscú accedió únicamente a suministrarle material militar y le recomendó que bajase las revoluciones. Aun así, a lo largo de 1979, Moscú tuvo que incrementar a su pesar su presencia militar en Afghanistán para apuntalar al régimen: destacó tropas aerotransportadas al aeródromo de Bagram y pilotos de helicóptero rusos participaron en acciones contra la insurgencia. No sé si los soviéticos eran conscientes de que así fue, poco a poco y mediante acciones que en un principio parecían poco significativas como comenzó la involucración norteamericana en Vietnam.

La rivalidad entre Taraki y Amin alcanzó su punto máximo en septiembre de 1979. Taraki invitó a Amin al Palacio presidencial con la intención de cargárselo. El Embajador soviético estaba en el ajo y aceptó que Taraki utilizase su nombre como garantía de que iba de niño bueno y que no guardaba malas intenciones hacia Amin. Amin era perro viejo para ese truco, no picó el anzuelo y la historia acabó con Taraki muerto y Amin en su silla.

Podemos imaginarnos los nervios de los soviéticos. Hacía meses que sentían que Afghanistán se estaba yendo al carajo y ahora se encontraban con que dirigía el país un hombre al que no les hubiera importado ver muerto. Amin no gustaba a los soviéticos por muchos motivos: lo consideraban incontrolable y capaz de lanzarse a los brazos de cualquiera (o sea EEUU) que le ayudase a consolidarse en el poder; estimaban que era aún más radical que Amin, cuando de lo que se trataba era de ir suave con las reformas para no pisar más los callos a la población; pensaban, con razón, que había tenido mucha culpa de las luchas intestinas dentro del PDPA y de la purga de la facción parcham; intuían acertadamente que Amin debía de sospechar que ellos no hubieran visto con malos ojos que Taraki se lo hubiera cargado.

Durante los casi tres meses que pudo gobernar, Hafizullah Amin demostró que no era el vasallo de nadie ni era el ideólogo peligroso que creían los soviéticos. Era simplemente un ambicioso dispuesto a cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Así, emprendió una gran purga dentro del PDPA para eliminar a posibles rivales. Cambió de rumbo para no alienarse a los sectores más religiosos, prometiendo la libertad religiosa, reparando mezquitas e invocando el nombre de Allah. Por desgracia para él, el cambio llegó demasiado tarde, cuando ya se había ganado la fama de radical y ateo. En noviembre lanzó una gran ofensiva en la provincia de Paktia contra los insurgentes, que logró limpiar partes de la provincia y forzar a muchos de los guerrilleros a huir a Pakistán. En el terreno de las relaciones exteriores, intentó reducir la dependencia de la URSS y buscó el apoyo de Pakistán y EEUU.

A finales de diciembre de 1979, los soviéticos invadieron Afghanistán y Amin siguió el camino que habían tomado sus predecesores Taraki y Daoud. La historia detrás de la invasión soviética resulta muy interesante, porque el liderazgo soviético estaba muy lejos de haber alcanzado un consenso sobre la política a seguir con Afghanistán.

Parece que uno de los grandes impulsores de la operación fue el Director del KGB, Yuri Andropov, quien calentó el ambiente con informes que “probaban” que Amin tenía vínculos con la CIA. Otro que apoyó la invasión con entusiasmo fue el Ministro de Defensa Dmitri Ustinov. En cambio, los segundos escalones en el Ministerio de Defensa no veían tan clara la operación. Brezhnev que para entonces estaba bastante enfermo y apenas servía para más que darse besos enfervorizados con los líderes de los partidos comunistas hermanos dio el visto bueno, como lo habría dado si le hubieran pasado a la firma un decreto ordenando la invasión del Vaticano. El resto del Politburó fue mantenido en la inopia y se enteró por los periódicos.

¿Por qué Andropov y unos cuantos duros creyeron que había que invadir Afghanistan? El primer motivo pudo ser el impacto que tendría sobre la imagen de la URSS que un régimen cliente en el que se habían invertido tantos medios, se desmoronase. Ese impacto podía tener efectos desastrosos entre los musulmanes de Asia Central bajo el dominio soviético, que podrían sacar ideas si veían cómo una insurgencia musulmana, con la que algunos de ellos tenían lazos étnicos, ponía de rodillas al poder soviético. Otro motivo pudo ser el cálculo geoestratégico. En enero de 1979 el gendarme del EEUU en el Golfo Pérsico, el Shah de Irán había sido derribado por la revolución islámica. Aunque para finales de 1979 la deriva conservadora e islámica del régimen del Ayatollah Jomeini ya era evidente, la URSS todavía podía pensar en atraer a Irán a su órbita. A fin de cuentas, aunque para esas fechas ya estuvieran arrumbados, los comunistas iraníes habían jugado un papel muy importante en el derrocamiento del Shah. En tercer lugar, parece que realmente creían que Amin se preparaba para pactar con los insurgentes musulmanes y entregarse a EEUU. Pienso que ahí los soviéticos fueron un poco paranoicos. Amin quería apuntalarse y para ello necesitaba que los insurgentes se amansasen y hacerle algunos cariñitos a EEUU; de ahí a pensar que fuese a entregarse atado de pies y manos a los norteamericanos…

Aparte de esas motivaciones, los que planearon la intervención estaban pensando en una operación modesta. Las tropas soviéticas ocuparían Kabul y las instalaciones claves del país y garantizarían las comunicaciones entre Kabul y la frontera soviética. Se estimaba que todo ello sería conseguible con medios reducidos y que tan pronto el nuevo régimen de Babrak Karmal estuviese apuntalado, se podrían retirar.

Otra cosa en la que se equivocaron los planificadores soviéticos fue en su creencia de que EEUU no reaccionaría. Que cometieran este error es comprensible. EEUU había asistido impasible a todos los acontecimientos que habían ocurrido en Afghanistán desde la caída de Daoud. Su principal preocupación en ese tiempo había sido que Afghanistán no desestabilizará a Pakistán. Por otra parte, si EEUU había dejado que cayera su gran amigo, el Shah de Irán, sin mover un dedo. ¿Por qué pensar que irían a mosquearse por la menudencia de una invasión militar en Afghanistán?

Pues EEUU sí que se mosqueó y es que los planificadores soviéticos se equivocaron con los tiempos. Es cierto que hasta bien entrado 1979, EEUU había considerado Afghanistán un tema secundario. Tras el golpe de estado contra Daoud, se defendieron en EEUU dos posturas contrapuestas. El Secretario de Estado Cyrus Vance pensaba que se podía contener la influencia soviética y para ello había que evitar acciones provocadoras. El Consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski opinaba que el golpe formaba parte de la estrategia soviética para convertirse en la potencia hegemónica en la región y que había que iniciar operativos para desestabilizar al régimen. Aunque salieron ganando las tesis del Departamento de Estado, Brzezinski y la CIA lograron a partir de julio de 1979 que EEUU empezase a proporcionar ayuda encubierta a la insurgencia, en vista del aumento de la presencia militar soviética en Afghanistán. La ayuda se limitó a acciones de propaganda encubierta en su favor y a proporcionarles medios financieros, pero no se suministraron armas. Esto último es un poco falaz, porque el dinero puede utilizarse fácilmente para la compra de armamentos.

He leído una hipótesis interesante y es que EEUU inició su apoyo a la insurgencia a sabiendas de que podía comportar a medio plazo una intervención militar soviética. Ya en una fecha tan temprana como la del verano de 1979 los estrategas norteamericanos habrían estado jugando con la idea de atraer a los soviéticos a la trampa afghana y que Afghanistán se convirtiera en su Vietnam. En enero de 1998 el “Nouvel Observateur” hizo una entrevista a Brzezinski en la que este dijo: “… Pero la realidad, mantenida en secreto hasta ahora es completamente distinta. Realmente fue el 3 de julio de 1979 cuando el Presidente Carter firmó la primera directiva para ayudar secretamente a los oponentes al régimen prosoviético de Kabul. Y ese mismo día, escribí una nota al Presidente en la que le expliqué que en mi opinión esta ayuda iba a provocar una intervención militar soviética. (…) No empujamos a los rusos a intervenir, sino que a sabiendas incrementamos la probabilidad de que lo hicieran. (…) La operación secreta fue una idea excelente. Tuvo el efecto de atraer a los rusos a la trampa afghana y ¿quiere que lo lamente? El día que los soviéticos cruzaron oficialmente la frontera, escribí al Presidente Carter: Ahora tenemos la oportunidad de darle a la URSS su guerra de Vietnam…” Esa famosa entrevista que ha sido repetida por doquier ha sido criticada por Brzezinski, quien alega que no reproduce exactamente sus palabras.

Demos por buena la versión de Brzezinski de que él no era tan cínico como para andar preparando un Vietnam para los soviéticos en el verano de 1979. En apoyo de su versión se puede mencionar el memorándum (me refiero a él más abajo) que dirigió al Presidente Carter tras la invasión soviética en el que indica una serie de circunstancias que, en su opinión, hacen que sea difícil que Afghanistán se convierta en un Vietnam para los soviéticos. Ya sabemos que uno no siempre escribe a su señorito lo que realmente piensa, sino lo que cree que a éste le apetece oír, pero el memorándum está bien razonado y ofrece una visión bastante verosímil de que podían verse las cosas desde Washington. También cabe mencionar que a lo largo de 1979 los servicios de inteligencia norteamericanos habían estado siguiendo con atención los movimientos de tropas soviéticos en la frontera con Afghanistán. Una de las hipótesis de trabajo era que la URSS pudiera invadir militarmente el país, pero se tendía a descartar esa hipótesis por estúpida. Aparte del efecto que tendría sobre la imagen internacional de la URSS, estaba el hecho de que estaba pendiente la ratificación por el Senado norteamericano de los Acuerdos SALT II, favorables para la URSS. Y no hablemos de la casi certeza de que la intervención comportaría que la URSS se viera envuelta en una guerra de guerrillas en Afghanistán. Realmente no parecía lógico que la URSS fuera a meterse en el berenjenal de Afghanistán, cuando había tan poco que ganar. EEUU sólo preveía tres situaciones que podrían llevar a la URSS a una intervención militar: instalación de un régimen anticomunista en Kabul; invasión por una potencia extranjera; caos político. A finales de 1979 puede decirse que la tercera de las situaciones se daba y, para los planificadores soviéticos que decidieron la intervención, la primera de las situaciones era casi una certeza si no hacían algo.

En la atmósfera enrarecida de la alta geoestrategia resulta difícil saber quién dice la verdad y quién miente. En la duda voy a optar por conceder el beneficio de la duda a Brzezinski y asumir que en el verano de 1979 no pensaba en convertir a Afghanistán en el Vietnam de los soviéticos. Que el suministro de ayuda a los muyaidines en el verano de 1979 sólo pretendía ponerles una china en el zapato a los amigos de los soviéticos, algo que entraba dentro del juego normal de la Guerra Fría.

El Presidente norteamericano Jimmy Carter reaccionó con mucha más dureza de la prevista. Los soviéticos no tuvieron en cuenta el contexto en el que se movía el Presidente: en apenas un año se presentaría a la reelección y había sido atacado como blandengue por haber dejado caer a amigos de EEUU como el Shah de Irán o el dictador Anastasio Somoza. Carter necesitaba demostrar que no era un blandengue y Afghanistán le proporcionó la excusa. Además, tras la caída del Shah de Irán, Carter había tenido que asegurar a sus aliados de las monarquías conservadoras del Golfo que les protegería ante el nuevo régimen iraní. Afghanistán servía de botón de muestra de que EEUU no dejaría pasar una más en la región.

El Presidente Carter se refirió a la invasión soviética de Afghanistán en su Discurso del Estado de la Unión del 23 de enero de 1980 y allí dejó claro de qué iba todo el asunto: “La región que está ahora amenazada por las tropas soviéticas en Afghanistán es de gran importancia estratégica: contiene más de dos tercios del petróleo exportable mundial. El esfuerzo soviético para dominar Afghanistán ha llevado a las fuerzas soviéticas a 300 millas del Océano Índico y cerca de los Estrechos de Ormuz, una vía marítima por la que pasa la mayor parte del flujo petrolífero mundial. La Unión Soviética está intentando ahora consolidar su posición estratégica. Por tanto eso representa una grave amenaza al movimiento libre del petróleo de Oriente Medio.” Está claro. Afghanistán en sí mismo nos importa una higa; lo que nos importa es su ubicación estratégica. Al igual de lo que ocurría en el siglo XIX o de lo que ocurre en 2010, no es el país en sí, sino su ubicación la que nos interesa.


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